Tu Misión En La Misión De Dios

Tu Misión En La Misión De Dios

Tu Misión En La Misión De Dios

Desde el principio de la creación, el principal propósito de Dios en cuanto al ser humano, ha sido el darle a este, la vida eterna, de tal manera que el hombre pueda gozar de su paz, amor, misericordia, salvación y comunión con Él eternamente, tal y como nos lo relata el escritor en el libro de Génesis 2:  4 – 25. Propósito que se hizo más fuerte, convirtiéndose para Dios en una misión, desde el momento mismo en que el hombre junto con su mujer cae en desobediencia a Él, dando entrada al pecado y siendo por ende destituidos de la gloria de Dios, de la cual gozaban plenamente hasta entonces (Génesis 3: 1 – 24).

Es así como, a lo largo de las sagradas escrituras, vemos diferentes mecanismos que Dios en su misericordia, ha dispuesto en determinados períodos de tiempo, con el único fin de encaminar al ser humano hacia el cumplimiento de su Santa Voluntad y conducirlo así de vuelta a Él, y por ende salvarlo de la condenación.

De esta manera, encontramos, cómo Dios pensando en reiniciar la especie humana dispone a Noé para la construcción de un arca con el fin de salvarlo a él y a su familia del diluvio, así como a especies animales, y por supuesto, a todo aquél que creyese en que tal evento ocurriría y que sólo entrando al arca podrían librarse de tan terrible fin; sin embargo, ninguna persona, más allá del núcleo familiar de Noé y este, atendió a dicho llamado de salvación (Génesis 6, 7, 8 y 9). Adicionalmente, es de señalar, que los descendientes de Noé, una vez pasado el diluvio, no se dispersaron para poblar la tierra, como Dios les ordenó y, por ende, el hombre le desobedeció una vez más, desestimando el lugar que Dios nuevamente quería darle.

Más adelante, con el éxodo del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto (Éxodo 12: 37 – 51), se da inició a la denominada dispensación de la Ley, mecanismo por el cual, el Señor Dios Todopoderoso, por medio de Moisés su siervo, establece una serie de estatutos, normas de conducta y mandamientos a cumplir por el pueblo de Israel para conducirlo hacia Cristo, teniendo como fin y meta la restitución del orden de Dios (Libros de Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); no obstante, ningún hombre fue capaz de cumplir la Ley en su totalidad conforme a la voluntad de Dios.

Entonces, se hizo necesario, para Dios, que Él mismo en su amor por el mundo pecador, viniese a este mundo en forma de hombre, Jesús de Nazaret, y muriese en la cruz del calvario, llevando todos nuestros pecados sobre Él, venciendo así a la muerte y a Satanás, y estableciendo un nuevo pacto de gracia para salvación, por medio de su muerte, resurrección y ascensión en gloria (“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”, Juan 3:16), dando así cumplimiento pleno a la Ley más no aboliéndola (Mateo 5: 17), y ampliando la oportunidad de salvación tanto para el pueblo de Israel como para los gentiles (Juan 1: 11 y 12). Este pacto de gracia para salvación se encuentra aún vigente en nuestros días, y finalizará con el arrebatamiento de la iglesia (1 Tesalonicenses 4: 13 – 18), lo cual está por suceder en cualquier momento, quedando así, cerrada la puerta de salvación para quienes no creyeron y aceptaron a Jesucristo como único Dios y Salvador.

Un aspecto importante, a resaltar en este último y vigente mecanismo de salvación de Dios para con el hombre, es la manera como Dios en su manifestación en carne, Jesús de Nazaret, además de venir a este mundo a dar su vida por todos los pecadores, vino también con su ejemplo a enseñarnos a llevar una vida en Santidad y cumplimiento de la Voluntad de Dios, donde, además, el Señor Jesucristo a través de su ministerio en esta tierra, nos trasmite y seguidamente nos delega el continuar con la misión de predicar y difundir su evangelio de gracia a todos los seres humanos.

Es así como, en diversos apartes de las memorias escritas por los evangelistas bíblicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), vemos a un Jesús que va de un lugar a otro en compañía de sus discípulos predicando y enseñando su evangelio de salvación a todos cuantos se cruzan en su camino, haciendo sanidades, liberaciones y muchos milagros y prodigios, tal y como lo describen las sagradas escrituras (Mateo 4: 17; 9: 35; 11: 1). Y una vez muerto y seguidamente resucitado, el Señor Jesús comisiona y ordena a sus doce apóstoles a continuar con la predicación de su evangelio a toda criatura, declarando que todo aquél que creyere y fuere bautizado en su Nombre Santo será salvo, más el que no creyere será condenado (Marcos 16: 14 – 18).

Esta comisión, como la misma palabra lo indica, corresponde a la misión de Dios que ahora, es también nuestra misión, como hijos de Él, creyentes de su evangelio, y bautizados en su Nombre Santo para el perdón de los pecados. Tenemos aún hoy, entre tanto dure este tiempo de gracia, la gran responsabilidad de seguir llevando este precioso evangelio de paz, verdad y salvación a todos los rincones del mundo, hasta los confines de la tierra, y es allí donde el trabajo que como Iglesia del Señor se ha venido realizando a través de las misiones, tanto nacionales como extranjeras, cobra invaluable importancia.

Todos somos misiones, y del trabajo conjunto y arduo como Iglesia del Señor, unidos en un mismo Espíritu, para cumplir lo que el Señor nos ha encomendado, se hace necesario que cada uno de nosotros, asuma su misión en la misión de Dios, es decir, aunque todos debemos predicar el evangelio y anunciar la segunda venida del Señor Jesucristo a este mundo, no a todos nos es posible y somos llamados a dedicarnos al cien por ciento a la labor evangelística; recordemos que el Señor Jesucristo “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, (Efesios 4: 11 y 12)”.

De esta manera, entre todos debemos continuar con la misión de Dios de salvar al hombre en este tiempo de gracia, asumiendo nuestra misión propia en la misión, ya sea, mediante nuestro apoyo en oración, en ayuno, en ofrendas para sustento de nuestros misioneros y, por supuesto, predicando y difundiendo el evangelio hasta lo último de la tierra, según corresponda; dando cumplimiento a la Voluntad de nuestro Dios, que es buena, agradable y perfecta, logrando así que muchas almas sean libradas de la condenación eterna que le espera al mundo pecador. Recordemos que…

“Misiones se hacen con las rodillas de los que oran, las manos de los que dan y los pies de los que van…”

Andrea Milena Sánchez Riaño